miércoles, 25 de julio de 2012

PIZARRO, UNA PELEA ENTRE HERMANOS Y EL TRAGICO FINAL DEL INCA ATAHUALPA

                                            Francisco Pizarro, asesino del Inca Atahualpa
fue reivindicado por España en los billetes de 1000 pesetas
emitidos en el año 1992, al cumplirse 500 años de la invasión a América.


Algunas afirmaciones históricas dan cuenta que el 26 de Julio de 1533, el conquistador español Francisco Pizarro ordenó asesinar al Inca Atahualpa, decimotercero y último líder genuino del Imperio Inca.

Atahualpa era hijo de Huayna Capac y hermano de Huáscar. Cuando los españoles llegaron por primera vez a la región, Huayna Capac ya había muerto y sus dos hijos estaban enfrentados en una cruenta guerra civil por el control del Tahuantinsuyo, situación que fue muy bien aprovechada por los codiciosos invasores, quienes hicieron llegar a Huáscar la versión de que eran enviados del Dios supremo que venían a apoyar su causa.

La atención de Atahualpa, cuyo ejército era fuerte en Quito y toda la región norte, se centraba fundamentalmente en los combates que su ejército libraba contra las fuerzas comandadas por su hermano en las orillas del río Apurimac, cerca del Cuzco. La guerra le era favorable, sus generales Calicuchima y Quisquis dominaban la situación. Mientras tanto seguía subestimando el avance español y desestimando los consejos de Rumiñahui, otro de sus comandantes que sugería un ataque preventivo. Atahualpa confiaba que una vez que entraran en Cajamarca los zungasapas (barbudos), podría emboscarlos con facilidad y, en su táctica para atraerlos, había enviado a su espía Maicavilca como mensajero de paz.

El 15 de noviembre de 1532 los invasores llegaron con cierto temor al Alto Valle de Cajamarca. En las cercanías, unos 40.000 guerreros incas permanecían apostados. Pizarro envió sus emisarios para invitar a Atahualpa a una entrevista que fue aceptada pese a los reparos de Rumiñahui.

Al día siguiente acudió Atahualpa a la cita, encontrándose frente a frente con el sacerdote católico Vicente de Valverde, quien le formuló el repetido y ridículo requerimiento; Biblia en mano, le habló de la Santísima Trinidad, de Dios y del pecado original, informándole que el Papa de Roma había entregado esas tierras a Carlos V y que Pizarro venía a tomar posesión. Atahualpa le respondió que esas tierras le correspondían por herencia de su padre Huayna Capac y que ambos descendían del Sol, el Dios de los incas; además le pidió que devolvieran todo el oro y la plata que venían robando desde su desembarco en el continente y en un gesto de ira, el jefe inca arrebató la biblia de las manos de Valverde y la arrojó a un costado, gesto que resultó ser una virtual declaración de guerra. Irrumpieron de inmediato los españoles a caballo, protegidos por gruesas armaduras, tronaron los cañones y arcabuses y se agitaron las lanzas, espadas y picas de hierro. Poco pudieron hacer frente a semejante despliegue bélico los guerreros de Atahualpa equipados solo con lanzas, porras, macanas, flechas, hondas y piedras. Durante dos horas se consumó una verdadera masacre con el saldo de más de 7000 mil incas muertos y Atahualpa detenido.
Secuestrado el inca por los invasores, les ofreció una fabulosa recompensa a cambio de su libertad. desde todos los rincones del Tahuantinsuyo comenzaron a llegar cargamentos de oro y plata que desorbitaban los ojos de los españoles. Mientras tanto los principales generales del ejército inca permanecían atentos esperando la libertad de su jefe y la orden para aplastar a los extranjeros. En el Cuzco, las fuerzas comandadas por Quisquis derrotaban y mataban a Huáscar cumpliendo directivas que les había hecho llegar Atahualpa desde su cautiverio, persuadido de que su hermano tenía la seria intención de aliarse al enemigo que lo mantenía preso.
El 26 de julio de 1533, Pizarro y sus secuaces consumaban la idea que venían madurando desde el mismo día que detuvieron al máximo jefe inca; en esa triste jornada lo acusaron en forma arbitraria de usurpar el imperio, ordenar el asesinato de Huáscar, cometer idolatría y conspirar contra la autoridad española; condenado a muerte, quemaron sus cabellos, lo ataron a un poste y lo estrangularon. Antes de morir fue bautizado con el nombre de Francisco, ceremonia que aceptó para no ser condenado a la hoguera, pena que resultaba infamante para las creencias incaicas.
Comenzaba así una nueva historia de resistencias en nuestra América del Sur que se prolongaría durante siglos hasta las triunfales luchas que culminaron con la independencia de la monarquía española.


(Fragmentos de un libro en elaboración que tiene como objetivo recopilar relatos de acontencimientos pocos difundidos de la heroica resistencia en defensa de la libertad de nuestro continente).